Hace unos días, cruzó mi TL de Twitter el titular de una entrevista que ponía «Es mucho más fácil escribir sobre deseo y obsesión que sobre un matrimonio feliz». Quizás porque me gustan los matrimonios felices, me lancé de cabeza a leer, porque pensaba que lo que quería reivindicar esa frase demoledora era precisamente lo contrario a lo que decía que decía. Pero me llevé un gran chasco al descubrir que no, que simplemente la autora a la que entrevistaban (Sally Rooney) quería decir exactamente eso, que para ella era más fácil escribir sobre lo primero que sobre lo segundo, algo que confirmaba en la afirmación: «Me encantaría poder escribir un relato interesante en una novela compleja sobre una relación estable, pero no sabría cómo hacerlo. Así que me he quedado atascada escribiendo sobre relaciones que no funcionan».
Este es un tema al que doy vueltas continuamente. ¿Por qué los matrimonios/parejas en la ficción suelen ser tan desgraciados en ficción? ¿Por qué existe esa creencia generalizada de que la única manera de hacer avanzar una trama relacionada con una relación es putear a sus integrantes, hacerlos sufrir, ponérselo difícil, retorcer esa relación hasta que ya no se puede más, dejando a los lectores con el corazón en un puño, sufriendo por el devenir se la pareja? ¿Es vagancia? ¿Es como los tropos de la violación, que están tan arraigados que a muchos les cuesta horrores quitárselos de encima, porque implica pensar nuevas formas de narrar y de hacer evolucionar a los personajes? ¿Es porque nuestra sociedad sigue sin dar valor a algo tan íntimo como una relación estable, porque lo encuentra inocente? Ya sabemos que la Literatura de Verdad es muy triste y desgraciada, y solo trata temas profundos *léase con voz grabe, de intelectual muy culto*, no las nimiedades de una pareja feliz.

Os voy a contar un caso personal para ejemplificaros lo mucho que me repelen estas cosas. Esto no es una crítica directa hacia ese libro en particular, sino un ejemplo de algo que ocurre demasiado a menudo, según mi punto de vista. Hace poco leí un libro que esperaba desde hacía años: Wayward son. Wayward son es la segunda parte de Carry On, una novela juvenil fantástica escrita por Rainbow Rowell. Carry On es especial por muchos motivos, entre los que se encuentra el hecho de que nació como un fanfic (de Harry Potter) dentro de otra de las novelas de la autora, Fangirl, y que acabó convirtiéndose en un ente independiente y con personalidad propia.
Carry On cuenta la historia del mago elegido que se enfrenta al mal y salva al mundo. Pero también es la historia del mago que lidia con sus inseguridades y que se acaba enamorando de su enemigo y compañero de cuarto, que (lo siento por el spoiler, pero os prometo que no es tal) se acaba convirtiendo en su novio. El desarrollo de esa relación es el puntal de la novela. Un enemies-to-lovers de manual, uno de esos tropos del mundo del fanfic que todas las lectoras (o casi todas) adoramos y hemos leído millones de veces, convertido en una trama de una novela “real”.
Creo que todas las personas que han leído Carry On han acabado enamoradas de Baz y Simon, la pareja protagonista, porque durante la lectura se asiste al desarrollo de esa relación tan bonita. Y, por lo tanto, lo que uno espera al cerrar el libro es que la pareja sea muy feliz después de todo lo que le ha ocurrido.
Por eso, cuando salió la segunda parte, Wayward son, creo que todos esperábamos ver que (con sus problemas, porque la vida está llena de ellos) Baz y Simon tendrían un montón de aventuras en pareja.
Pero no. Eso no es lo que ocurre en Wayward son. Todo lo contrario: el libro entero refleja una pareja incapaz de arreglar sus problemas y sufriendo por ello.

No, la vida no es fácil. Todos hemos tenido desengaños amorosos, relaciones que han acabado mal, incapacidad para comunicarnos que ha hecho que nuestras relaciones de pareja acabaran siendo más difíciles de lo que deberían haber sido. Pero esa no es la única realidad que existe en el mundo. Y me molesta muchísimo que tantos libros acaben tirando por ahí, en vez de esforzarse por mostrar esas otras realidades posibles. Porque hay parejas que llevan cuarenta años juntas y son felices. Yo llevo diecisiete años con mi marido y soy muy feliz con él. No todo el mundo se cansa de su pareja, ni siente que la relación le asfixia, ni que fue un error acabar con esa persona. Hay muchas parejas que, a pesar de sus diferencias y su modo distinto de ver la vida se esfuerzan en compenetrarse y en crear un algo juntos que los ayuda a seguir adelante y a saber que esa persona es su lugar en el mundo. Sin cursiladas.
Así que quiero ver a más parejas siendo igual de felices juntos en la ficción. Eso no quiere decir que no haya otros elementos que se puedan interponer en su camino. Pueden ser magos y tener que luchar contra el mal, pero pueden hacerlo juntos, sin que nadie se interponga en su relación, sin que haya celos, malos entendidos o falta de comunicación. O si la hay debe haber el modo de arreglarla. Pueden, simplemente, tener que lidiar con las cosas del día a día en pareja, como discutirse por quién va a tirar la basura cuando está lloviendo, o por dejar el armario hecho un cristo cuando el otro lo acaba de ordenar.
Hay muchísimas historias que van acompañadas de una trama romántica y que terminan con un “y se fueron a vivir juntos, fin”. Y me parece genial leer sobre eso, porque el enamoramiento es muy bonito. Pero yo quiero saber qué ocurre después de eso, qué ocurre después de que se vayan a vivir juntos. Cómo decidirán dónde van a vivir, cuál de los dos sacrificará qué porque la relación de pareja es más importante, o cómo será la crianza de sus hijos (ese es otro tema, el de la maternidad, que Aliette de Bordard trató de maravilla en el artículo sobre la supresión de la maternidad).
¿Tan poco interesante parece la vida en pareja? ¿Tan poco valor se le da? Una pareja construye un vínculo afectivo muy fuerte y eso puede quedar de fábula en una trama cuando los dos, por ejemplo, pasan por una situación difícil. Puede que uno de ellos tenga un problema mental y el otro lo tenga que ayudar a superarlo, puede que uno sufra discriminación por algo y encuentre apoyo en su pareja, puede que hayan perdido al bebé que esperaban y tengan que afrontarlo juntos. Todas esas situaciones no son cursiladas, ni nimiedades. Son parte de nuestra vida. Y por eso creo que es importante representarlas también en la ficción, del mismo modo en que se insiste en representar todas esas relaciones tóxicas, malsanas o que acaban mal. Toda esa gente incapaz de gestionar sus emociones que acaba destruyendo al otro por ello.
A veces necesitamos que nos digan que las cosas pueden salir bien, que nos muestren que es posible tener relaciones sanas de pareja, que dos personas (o tres, o las que sean) pueden tener una relación duradera, sólida y que suponga un apoyo para todos sus integrantes, en un lugar (espiritual) en el que se sientan aceptados y queridos.
Os voy a hablar de un manga que adoro. Probablemente es mi BL favorito de todos los tiempos. Se llama Itoshi no Nekokke (probablemente traducida como Mi lindo minino), de Haruko Kumota, y el año que viene Tomodomo Ediciones lo publicará en español (cosa que me hace la persona más feliz del mundo). Este manga relata la historia de dos chicos, Mii y Kei, que se conocen desde niños, se enamoran en la adolescencia, tienen que vivir seis años separados para luego reencontrarse y retomar esa relación, vamos a llamarla «normal», en común. En la vida de Mii y Kei no todo es de color de rosa, son dos chicos gays viviendo en Tokio, joder. Hay problemas de trabajo, hay problemas con la familia, hay problemas con los amigos. E incluso hay problemas entre ellos. Pero son problemas de esos que la pareja se sienta a hablar y los soluciona.

Se nota a la legua que la historia «no da más de sí» en cuanto a la trama que planteó la autora sobre la separación/reecuentro, pero, aun así, se sigue actualizando más o menos regularmente porque la misma Kumota asegura que no quiere dejar de escribirla nunca esa historia porque le hace muy feliz y cree que con ella también hace feliz a sus lectores y les aporta paz y tranquilidad.
Y a eso es a lo que me refiero cuando hablo de que quiero matrimonios felices en ficción. Quiero más parejas siendo parejas (con sus cosas, porque todas las parejas tienen sus cosas) y teniendo más aventuras, sin que se pasen la novela pensando qué desgraciados son por estar en pareja, que acaben separados, divorciados, peleados o lo que sea solo porque «eso es más maduro e interesante». Spoiler: no lo es.
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